Blas de Lezo, el español que humilló a la armada inglesa

jueves, marzo 30, 2006

La derrota de la Armada Inglesa en Cartagena de Indias en el siglo XVIII es un acontecimiento silenciado por la historia inglesa y tristemente desconocido para la gran mayoría de españoles.
En Octubre de 1739 Inglaterra declara a España la guerra y planea tomar la ciudad donde confluyen las riquezas de las colonias españolas, Cartagena de Indias (Colombia), dominar el comercio en el Caribe, su objetivo era acosar las colonias del Pacifico Sur, para así aniquilar el imperio español en las Américas.


El 13 de Marzo de 1741 apareció en el horizonte frente a la ciudad de Cartagena, la mayor flota de guerra que jamás surcara los mares hasta el desembarco de Normandía. 2000 cañones dispuestos en 186 barcos, entre navíos de guerra, fragatas, y buques de transporte. La flota era muy superior a la Invencible de Felipe II, que sólo disponía de 126 navíos.
El contingente estaba dirigido por el almirante Sir Edward Vernon y transportaba un ejercito de 23.600 hombres entre marinos, soldados y esclavos negros de Jamaica. Las defensas de Cartagena no pasaban, en cambio, de 3.000 hombres entre tropa regular, milicianos, 600 indios flecheros, más la marinería y tropa de desembarco de los seis únicos navíos de guerra de los que disponía la ciudad; El Galicia que era la nave Capitana, el San Felipe, el San Carlos, el África, el Dragón y el Conquistador.

El limitado contingente español, estaba dirigido por hombres recios y dispuestos a defenderse hasta morir: el Virrey Sebastián de Eslava, Teniente General de los Reales Ejércitos con larga experiencia militar, y sobre todo aun que bajo mando de este ultimo, el mítico General de la Armada D. Blas de Lezo, legendario lobo de mar quien ya había participado en 22 batallas y expediciones navales, perdiendo en ellas una pierna, el ojo izquierdo y con la mano derecha lisiada.

La escuadra inglesa se despliega bloqueando la entrada al puerto, y tras silenciar las baterías de "Chamba", "San Felipe" y "Santiago" inician el desembarco de tropas y artillería. Es tan impresionante el despliegue de barcos en el horizonte, que la población considera la situación del todo perdida y abandonan la ciudad.
La escuadra Inglesa cañonea incesantemente día y noche, durante 16 largos días el castillo de San Luis de Bocachica. Llegan a dispararse hasta 62 proyectiles por hora. El castillo, solamente está defendido por 500 hombres al mando de Coronel Des Naux. Blas de Lezo prepara la defensa del puerto, colocando cuatro de sus navíos, el Galicia, el San Felipe, el San Carlos y el África del lado interior de la bahía y en las proximidades del Castillo para apoyarlo con sus cañones. Aunque la defensa de Bocachica fue heroica con Lezo y Des Naux peleando en primera fila, los defensores han de retroceder y replegarse ante la abrumadora superioridad enemiga.

Para dificultar el avance enemigo, Lezo hace barrenar e incendiar sus buques, obstruyendo el canal navegable de Bocachica, algo que consigue parcialmente ya que el Galicia no se hunde a tiempo. A pesar de todo, se consigue retrasar el avance inglés de forma considerable.
Las tropas españolas, optan por replegarse totalmente a la Fortaleza de San Felipe, la resistencia en el Castillo de Bocagrande es del todo inútil.
Contra su voluntad Lezo, y a pesar de que trató de impedirlo a toda costa (tuvo que acatar la orden por disciplina), se toma la decisión de hundir los dos únicos navíos que quedaban, el Dragón y el Conquistador, con ello se pretende impedir la navegación por el canal de Bocagrande.
Pero al igual que en Bocachica, la medida resultó del todo inútil pues los ingleses consiguieron restablecer el paso y desembarcaron en las islas de Manga y Gracia, dejando a un lado el Fuerte de Manzanillo. Con lo que un regimiento de colonos norteamericanos al mando de Lawrence Washington, tomaron la colina próxima ya a San Felipe y que había sido abandonada por los españoles. Vernon entró triunfante en la bahía, con su buque Almirante, dando la batalla por ganada despachó un correo a Jamaica e Inglaterra, con la supuesta buena nueva. Se inicia después el desembarco masivo de artillería e infantería. Consolidado el desembarco y las posiciones de tierra, la artillería británica reinicia un intenso cañoneo contra las posiciones españolas, especialmente contra el Castillo de San Felipe. Desde mar y tierra, llueven los proyectiles con el fin de ablandar la resistencia española.
La defensa está formada por sólo 600 hombres bajo el mando de Lezo y Des Naux, quienes después de haber resistido en Bocachica, se batirían de nuevo a sangre y fuego, contra el implacable avance inglés hacia la fortaleza de San Felipe. La defensa fue numantina y la batalla larga y sangrienta. Tras machacar literalmente con la artillería las posiciones españolas, Vernon cree que su infantería tomará fácilmente la fortaleza, pues los daños ocasionaos son considerables.

La noche del 19 al 20 de abril se libra la batalla crucial y decisiva, los atacantes al mando del General Woork avanzan en tres columnas de granaderos y varías compañías de soldados, en vanguardia los esclavos macheteros jamaicanos, que se encargan de abrir el paso al grueso del ejército británico. Su avance es lento, la encarnizada resistencia española desde las trincheras y lo alto de la fortaleza es feroz, la artillería británica no consigue ablandar el espíritu de resistencia de los defensores.
Los españoles arrecian con su continuo y certero fuego desde lo alto, lo que origina cuantiosas bajas a los asaltantes. Al alba el espectáculo es dantesco, muertos, mutilados y heridos por doquier, vagando sin rumbo alrededor de San Felipe y haciendo evidente la hecatombe inglesa.

Con las primeras luces del día, se abre el portón de la fortaleza, los españoles salen heroicamente de sus posiciones de defensa, cargando bayoneta calada contra los ingleses. No solamente se rompe en cerco, sino que el inicial asombro entre las filas del ejército ingles, se transforma en pavor, provocando una desordenada desbandada general, que les ocasiona la perdida de cientos de hombres y todos sus pertrechos. Los británicos son barridos del sitio, y el supuesto asalto a la posición española se convierte en un abrumador fracaso.

Replegados y a salvo en sus navíos de guerra, los ingleses desde la distancia, continuarían bombardeando el lugar durante 30 días más, aun que ya sin un objetivo concreto. Pero fue entonces cuando apareció el cólera y el escorbuto provocando decenas de muertos, la situación se vuelve aun mas complicada para los ingleses. Vernon, altivo y malhumorado, hecha la culpa del fracaso de la invasión General Wentworth (Jefe Supremo de las tropas de desembarco), las desavenencias entre ambos llegan a un punto insostenible.

El alto Mando inglés opta finalmente por la retirada, aun que no cesarían de cañonear la ciudad hasta que el último navío abandonase la bahía.
Los últimos navíos parten el 20 de Mayo, pero los ingleses han de incendiar cinco de ellos por no disponer de tripulación suficiente, cada barco parece un hospital.
Mientras en Inglaterra, dan como conseguida la victoria, con su típica arrogancia y orgullosa satisfacción. Aún desconocen el alcance de la derrota, con lo que se acuñan medallas conmemorativas mostrando a Lezo arrodillado ante Vernon y entregándole la espada con la inscripción "el orgullo español humillado por Vernon". Algo nada más lejos de la realidad.

Semanas después Lezo malherido y extenuado por la batalla, se hunde en las tinieblas del olvido. Sus últimos momentos se enmarcan dentro de la ingratitud y la soledad de un camastro en algún hospital de Cartagena. Una vez mas un autentico héroe Español, no recibe el reconocimiento y tributo merecido. Su cuerpo cercenado se deposita sin honores y se ignora donde esta enterrado.
Sabedor de la muerte de Lezo, Vernon rondó de nuevo Cartagena en 1742 con 56 navíos, pero al ser informado de la reconstrucción de las defensas y de la presencia del Virrey Eslava en la ciudad, no se decidió a atacar y partió a enfrentarse al juicio de la historia. Murió en 1757 repudiado y olvidado por su pueblo, y el rey Jorge II prohibió toda publicación sobre el asalto a Cartagena que quedó así sepultado en la historia. Inglaterra no volvió a amenazar seriamente al Imperio español que subsistió un siglo más.
Para saber mas:

No olvidaremos ni en cien años

sábado, marzo 11, 2006

Me ha costado varios minutos arrancar a escribir estas sencillas líneas, suceso que no es normal en mí. Cuando llevas tiempo en internet te acostumbras a que tus dedos se muevan en coordinación perfecta con lo que te está dictando la cabeza, se pierde el miedo a escribir, y consigues nadar como pez en el agua en un mundo tan raro - a veces también caótico- como es la red. Hoy sin embargo, el día se presenta triste, doloroso y a más de uno nos saltarán las lágrimas o nos emocionaremos si pasamos por delante de la televisión.

Hace justamente dos años, en la capital de España, murieron 192 personas cuyo único délito había sido el levantarse por la mañana para ir a sus trabajos. Personas como la joven María de 26 años, que se dirigía a la facultad para que algunos profesores le firmasen cartas de recomendación y poderse irse de Erasmus al año siguiente. Una mujer, que le acababan de otorgar un piso de protección oficial junto a su novio, que le quedaba un año para terminar ingeniería superior industrial, y que tenía muchas cosas por hacer en la vida, hasta que el destino hizo que se cruzara con las bombas de Atocha.


A día de hoy, todavía no se sabe quienes fueron los responsables de la muerte de María ni se ha puesto el mínimo empeño en averiguar a los terroristas artífices de la masacre. El gobierno, salido de las urnas como consecuencia de la rabia, miedo, impotencia y ansias de castigo del pueblo español después del atentado, asegura que ya se sabe prácticamente todo sobre el 11-M, cuando la dolorosa realidad nos muestra que no sabemos nada, que las víctimas siguen sin que nadie les haya hecho justicia y que la dormida sociedad española conoce los mismos datos desde aquellos amargos días de marzo.

Después de que los medios de comunicación sigan investigando, que cada día se conozcan por estos mismos más incongruencias, casualidades imposibles y negligencias de las fuerzas de seguridad del estado, los ciudadanos queremos seguir sabiendo la verdad sobre lo ocurrido. No hemos olvidado que María, Eva, Óscar, Livia, Sonia, José María, Sergio, Miguel y otros ciento ochenta y cuatro personas ya no están con nosotros, y que lo mínimo que podemos hacer es darles la memoria, dignidad y justicia que se requiere.

Por ello, porque no los olvidaremos ni en los próximos cien años, seremos conscientes de qué día es hoy y reflexionaremos sabiendo que ni nosotros somos los mismos desde aquel once de marzo. A algunos esos días nos hicieron cambiar, a otros sin embargo el paso del tiempo les ha concedido lo que más deseaban y siempre quedarán personas que hasta se habrán olvidado de lo ocurrido. Da igual, a estas alturas eso es lo de menos, la verdad saldrá a la luz aunque sea en veinte años. María se lo merece y los demás también.