Tisha be Av

lunes, julio 23, 2007

Frenético y fanático de las bellas construcciones, el babilonio Nabucodonosor II no dudó en destruir el Templo Sagrado levantado por el rey Salomón en un período de esplendor judío, antes de su división, cuando Eretz Israel alcanzaba desde el Nilo hasta el alto Eufrates. Bajo la orden del caldeo, el único Lugar Sagrado del mundo antiguo sin imágenes de idolatría ni escultura de deidad alguna, cayó destrozado en 586 aec después de un terrible y sangriento acoso a Jerusalén.

En el año 70 ec, tras cuatro siglos de razonable autonomía y algunos levantamientos como el de los Macabeos, el romano Tito, hijo de Vespasiano, arrasa la cuidad destruyendo el Segundo Templo, un templo que había sido construido de nuevo por los judíos retornados a su patria. La ambición expansionista imperial romana y sus abusos culminaron en diáspora, persecución y muerte a millares de pobladores nativos de la tierra.


Habían pasado sesenta años o algo así, de aquello. El sabio y filósofo Akiba Ben Joseph, líder espiritual de la rebelión de Simon Bar Kojba , aún recordaba su juventud, cuando lo que ya eran restos del Lugar Sagrado que los romanos quieren restaurar como tributo a Júpiter, estaban firmes y representaban un punto de unión espiritual para su pueblo. Tiempo después, la fortaleza rebelde de Beitar, cae una vez más en manos romanas, las de Adriano, después crímenes, masacres y dos años de resistencia.

Cuenta la Historia y la tradición que ésas y otras muchas desgracias para el pueblo hebreo, como el decreto de expulsión de Inglaterra por Eduardo I en 1290, o la fecha límite para abandonar para siempre Sefarad dictada por los reyes españoles en 1492, etcétera, etcétera... ocurrieron un Noveno Día de Av.

Una fecha clave nos envuelve en el ciclo del tiempo. Un tiempo que nos lleva al recuerdo y a la reflexión.