Revolución islámica en Chafarinas

martes, enero 23, 2007

Desde que fuera conquistado en 1848 por el General Serrano, las Islas Chafarinas han sido objeto de múltiples anécdotas y pequeñas historias. Refugio de ladrones y piratas en la antigüedad, inspiración para novelas juveniles, a escasos metros de la costa africana, ahora es una Reserva Nacional con una gran suma de endemismos y se localiza una pequeña guarnición militar perteneciente al Cuerpo de Regulares del Ejército Español.


Chafarinas, una pequeña joya de la naturaleza.

Y ahí, precisamente, en este diminuto archipiélago, se desarrolló una revolución islámica dentro del seno del ejército español; o lo que queda de él:


Los soldados musulmanes estaban disconformes con que su superior los hiciese madrugadar demasiado un domingo - día de descanso cristiano, no musulmán - como castigo ante la sustracción de diversos objetos de valor. Ellos, de nacionalidad española pero de religión islámica, decidieron por sí mismos que era un trato indignante estar a las ocho de la mañana arrancando malas hierbas y que el cabo de turno se estaba excediendo en sus órdenes; eso, y que luego éste denominara el particular motín como revolución islámica, armaron en cólera a varios soldados que no soportaron ese trato
indignante.

Lejos han quedado las épocas en que un ejército era eso: un ejército, no un cuerpo para acciones humanitarias y misiones de paz, y donde la palabra autoridad era ley a cumplir obligatoriamente sin ninguna dilación; y más remoto parecen, aquellos años en los que formar parte del ejército español era signo de orgullo y valentía y nadie se quejaba por tener que agacharse a arrancar cuatro malditas hierbas.

Los miembros de esta particular revolución islámica han sido expulsados del cuerpo y tienen que cumplir su correspondiente pena, pero no podemos olvidar que una tercera parte de las tropas de Ceuta y Melilla procesan dicha fe; ni, tampoco, el incorporar los algodones para mentes sensibles para los próximos reclutas. A ver si un sargento no va a ser políticamente correcto y la tropa se le va a subir a la chepa otra vez.

Calles de España

lunes, enero 08, 2007

Madrid es una de esas ciudades que esconde grandes secretos en cualquiera de sus rincones. Aunque los atascos, la contaminación, las prisas y el ser una persona anónima en un enjambre humano de más de tres millones de personas puede provocar desencanto, no deja de tener sus pequeños resquicios y ser un monumento viviente a la historia de este loco país. En una época donde está de moda por parte de los gobiernos cambiar los nombres de las calles por ser políticamente incorrectas, resisten ciertas placas que nos muestran quiénes somos y de dónde venimos.

Ahí están, en uno de los barrios más caros de la capital del reino, los nombres de tres hombres que produjeron dolor de cabeza a Carlos V; tanto que hasta ellos mismos la perdieron decapitados por sus acciones. Juan Bravo, Juan de Padilla y Maldonado, los comuneros de Castilla, los culpables de una revuelta que pedía que se respetara los derechos del pueblo castellano y se dejaran de lado los intereses del inexperto rey, así como sus actuaciones a favor de su extenso imperio, están presentes con sus nombres para todos aquéllos que estén dispuestos a recordarles.

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Ejecución de los comuneros de Castilla

Pero por más que te sumerges por Madrid, no encontrarás ninguna placa que conmemore la figura histórica de una mujer sin la cual, muy probablemente, esa rebelión no hubiese tenido tanto éxito y no hubiese pasado a la historia como una de las primeras rebeliones civiles. María Pacheco, hija de un grande de Castilla y casada con Juan de Padilla, resistió gobernando el último reducto comunero durante muchos meses después de que su marido se quedara sin cabeza; dirigió un ejército, lo llegó a pagar con la plata de la catedral mientras la cogía de rodillas, y tuvo que huir con su hija de diez años, escondida, agazapada y disfrazada, hasta su exilio en Oporto para evitar tener el mismo destino que los otros comuneros.

Jamás abandonó sus ideales, y nunca fue perdonada por un rey que llevó a cabo una represión brutal después de sofocar el último bastión comunero. Vivió de la caridad el resto de sus días y orgullosa de todas las actuaciones que había realizado. Carlos I no permitió que sus restos fueran enterrados junto a los de su marido en España, su castigo estuvo vigente hasta para encontrar sepelio.

María se quedó sin su placa en Madrid, pero su memoria sigue viva en muchos pueblos y ciudades de España, recordando quién fue y lo que fue capaz de hacer en una época donde las mujeres teníamos reservada la noble tarea de tener niños y no debían meterse en más asuntos que los domésticos. Bravo por ella.

Si preguntas mi nombre fue María
si mi tierra, Granada; mi apellido
de Pacheco y Mendoza, conocido
el uno y el otro más que el claro día
si mi vida, seguir a mi marido;
mi muerte en la opinión que él sostenía.
España te dirá mi cualidad
que nunca niega España la verdad.