Remember the fifth of November

domingo, noviembre 05, 2006

Guy firmaba con el nombre de Guido. Era alto, de pelo rojizo, valiente, según los amigos. Nacido en York, en la Inglaterra de 1570; hijo de protestante, qué ironía. Llegaba al mundo en un tiempo de follones religiosos, plagado de desconfianzas, traiciones y rivalidades; donde si Mary Tudor ya no se dedicaba a quemar protestantes, era porque ya le tocaba el turno a su medio hermana protestante Isabel para enchironar católicos, prohibir misas y ejecutar a adoradores del Papa.

Y Guido pasó su infancia y juventud influido por un católico padrastro y rodeado de las charlas de fingidos protestantes, emocionante culto secreto a la religión prohibida por la que se batió en las guerras españolas y pendoneó por una Europa supersticiosa, judeófoba e hiperactiva donde en aquellos años lo mismo se cargaban al Príncipe de Orange o decapitaban a María Estuardo que descabezaban al conde de Essex o se iba a tomar vientos la Armada Invencible. Y lo que no se cargaba la religión, pues se lo terminaban de ventilar la codicia o la peste. Pero también una Europa apasionante que pintaba obras maestras, revolucionaba las ciencias o las artes, y sustituía las pajas mentales aristotélicas por bellas ecuaciones matemáticas.



Una lluvia torrencial caía sobre Londres cuando coronaban a Jimmy el Protestante -y para colmo escocés- sucesor de Isabel Tudor. No sólo diluvia ese día sobre los tejados de Westminster. Para Fawkes y los rebeldes, el futuro religioso de Inglaterra también se presentaba pasado por agua. Así que reunidos en las inns de las afueras, rodeados de cerveza aguada y actores de las obras de Shakespeare, deciden montárselo ellos mismos para volar el Parlamento y cargarse de una tacada, soberano, Príncipe de Wales, lords, nobles y lo que cayese, para luego montar una revolución e imponer una heredera procatólica, revolución que tampoco iba a costar mucho esfuerzo, porque después de vista la masacre la pirula se iba a montar ella solita. Y aunque parezca mentira, alquilan una casa al lado mismo del Parlamento y de la Casa de los Lores,con un guapo sótano para guardar treinta y seis barriles de pólvora que compran tan ricamente en el barrio de al lado. Así que figúrense qué sorpresa cuando de repente, con lo bien que iba la cosa, zas, un noble llamado Monteagle recibe un aviso, una carta contando que algo muy gordo se trama en torno al monarca inglés.



El noble la pasa el rey, el rey se queda de piedra, y el resto, para echar la pota. Persecución por túneles enmohecidos, antorchas en la oscuridad, detención, tortura, confesiones, juicio al estilo de la época, ejecuciones con mutilación en vida y decapitación para postre en el Old Palace Yard. No se sabe con certeza quién les traicionó, pero cosa rara es que pudiera pasar desapercibido semejante trasiego en las mismas narices del Parlamento, en pleno año 1605.

Cuatro siglos después muchos hablan de Fawkes y de terrorismo católico para decirnos que la cosa del terror ya estaba inventada. Otros, de la mano de la película V de Vendetta, vuelven al heroísmo con tintes dudosos que no podía faltar en los plots históricos. Pero Fawkes no fue ningún héroe, y calculen con qué maquinaria mental funcionaba un tío que había visto ejecutar a no sé cuántos en las plazas del pueblo y se había rajado a tantos otros en el asunto de Flandes; en unos tiempos de Inquisiciones, raros valores y duros honores, magnicidios y torturas, donde la muerte era compañera diaria y la autoridad demostraba cómo las gastaba con los que creían en otro dios, con los asesinos declarados y los asesinos sin declarar.

Y de todas formas, es poco problable que Guy Fawkes, o Robin Catesby, John Grant, Thomas Bates, Thomas Percy, Thom Wintour, Rob Wintour, Bob Keyes, Jack Wright, Christopher Wright, Francis Tresham, Sir Everard Digby, o Ambrose Rookwood y algún otro que se escaqueó del scaffold, dedicaran la vida a poner pepinazos para sembrar el terror y conseguir sus caprichos, y encima sin el apoyo del Papa o de España, la potencia católica del momento.


Hoy 5 de Noviembre se celebra el fracaso del Gunpowder Plot en el Reino Unido y otras zonas del planeta que hoy sufre los ataques de una fe cruel que no piensa por sí sola, sino que sigue instrucciones directas de un dios que se las da de misericordioso. Y ataca en un mundo que evolucionó hacia a la democracia, que renueva los gobiernos cada cuatro años y piensa en los derechos humanos cada dos por tres. Y lo hace precisamente por eso, porque quisiera regresar a aquel lugar en el tiempo donde el terror o el dolor robaban espacio a la libertad.

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